REFLEXIONES A LAS LECTURAS
La primera lectura de este domingo nos muestra una imagen de cómo era el estilo de vida de las primeras comunidades cristianas. Esta lectura del libro de los Hechos nos enseña que el ideal de comunidad cristiana está en crear «hogar». Un hogar donde se construya comunión y, por consiguiente, se construyan personas. Que sean lugares de encuentro y no de paso; que sean lugares donde se vive y se siente, donde se comparte, se reza y se celebra. Comunidades que viven de forma sencilla y alegre mostrando que estos signos -la alegría y la sencillez- los cuales se contagian, son frutos que el Espíritu ha dejado.
En la segunda lectura de este domingo vemos cómo la esperanza nos mantiene en la fe. La esperanza no niega que haya que soportar ciertas situaciones y mucho menos niega el mal, como tampoco es optimismo ingenuo. Pero la esperanza es la que sabe guiar nuestros pasos, con confianza, hacia algo mejor. Es la esperanza la que nos muestra que el mundo, y toda nuestra historia con él, van a ser transformados por completo; es más, aunque no lo veamos, sabemos que ya está ocurriendo.
El texto del evangelio de este domingo nos muestra algo fascinante: Jesús vive y está de nuevo en medio de los suyos. No es un fantasma, no hay por qué tener miedo. Al contrario, Jesús les hace experimentar una paz intensa y verdadera junto a una alegría incontenible. Sienten que Jesús, sí, el Resucitado, con su soplo, el soplo del Espíritu, aviva en ellos alegría y paz.
Os dejo esta reflexión del P. Juan José Rodríguez Ponce, jesuita, director espiritual del Seminario Diocesano de Madrid, sobre el evangelio de este domingo:
"En este tiempo pascual en el que nos encontramos, la Palabra de Dios nos habla desde la contemplación de las Apariciones del Resucitado con la clara intención de consolar y fortalecer la fe de los discípulos, nuestra fe y la de toda la comunidad, sobre todo cuando, en el camino de nuestra vida diaria, en el trabajo de cada jornada, aparece la duda, se oscurece la fe y podemos caer en el desánimo y la desesperanza…, la tristeza que nos invade ante el dato de la muerte de Jesús en la cruz y, por lo tanto, de su fracaso ante la mirada indiferente de nuestro mundo, como les sucedió antes a los discípulos.
No debemos olvidar que, para el Señor, el lugar privilegiado de la presencia del resucitado será la Comunidad. ¿Cómo, y a través de qué señales? San Ignacio, en los Ejercicios Espirituales, al final, en la Cuarta semana, nos propone acercarnos para encontrarnos y contemplar al Resucitado a través de los “verdaderos y santísimos efectos” de la resurrección (EE 223). Así, en la aparición de este domingo, «aquel día primero de la semana», se hace presente a sus discípulos con el primer “efecto” que produce su presencia, con el Don de la paz: «entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». La Paz como el primer Don del resucitado, que es restablecer al hombre la armonía en su relación con Dios, consigo mismo y con la Creación. ¡Shalom!, es el primer efecto del resucitado gracias a la sangre derramada de Cristo (Col 1,20). Por tres veces en esta aparición el Señor les desea la paz. Es una paz que va más allá de la mera ausencia de conflictos; es un don que fructifica en justicia. (Sant 3, 18). Jesús, ante la resistencia de las autoridades de Israel a aceptar su Mensaje, se lamentará ante esa ceguera de Jerusalén, ciudad de la paz.
El segundo “efecto” que hoy se nos manifiesta como fruto del resucitado, es la Alegría; «y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn 20,20). La insistencia de Pablo cuando escribe a los de Filipo, «alegraos en el Señor, os lo repito, alegraos» (Flp 4, 4-9), nos advierte de que el resucitado, sus discípulos y hoy a nosotros, viene a liberar del velo de tristeza en el que la falta de fe nos envuelve tantas veces, para infundirnos este segundo “efecto verdadero” de su presencia, la Alegría interior, nos libera del lenguaje del mal espíritu como son la tristeza y el desánimo. La aparición de hoy a sus discípulos también les levanta la “losa” del miedo que les llevaba a «estar en la casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos» (Jn 20,19). En nuestra vida diaria, y sobre todo en momentos claves donde, como cristianos, se nos pide la coherencia del testimonio en defensa de la verdad, de la justicia, del pobre y de la vida, podemos ser tentados por el miedo a las consecuencias que nos puedan venir por ser testigos del resucitado… A esta tentación responde la Aparición del Señor hoy a sus discípulos. Nuestra fe en la resurrección nos “capacita” sin duda para ello. En este domingo estamos llamados a desear y pedir que también a nosotros se nos “aparezca” el Resucitado, para que, con las “manos de la fe” y “los ojos del espíritu”, le podamos “ver y tocar” de tal manera que, como María Magdalena, también nosotros hoy pudiéramos proclamar desde el encuentro con Jesús «Yo he visto al Señor» (Jn 20,18)".
Por P. Juan José Rodríguez Ponce, S.J.
Homilética-nº3 2020