viernes, 8 de mayo de 2020

REFLEXIONES AL EVANGELIO DEL 5º DOMINGO DE PASCUA





Nuestra llamada como cristianos, consiste en llevar a la práctica de cada día ese amor con el que Dios nos amó en Jesús y que nos transformó en “pueblo elegido y nación consagrada”. Para llegar a nuestra meta, el evangelio de hoy nos muestra el camino: el mismo Jesús que dice de sí mismo que es “el Camino, la Verdad y la Vida”. A los apóstoles les costó comprender que mucho más importante que aprender unas verdades era seguir a Jesús. Les costó comprender que no se trataba de aprender teología sino de encontrarse con Jesús y dejarle que fuese el guía que les llevase hasta el Reino del Padre. No había más camino que seguir sus huellas. Hoy nos tenemos que decir lo mismo: ser cristiano es seguir las huellas de Jesús, comportarnos como él lo haría, amar a nuestros hermanos y hermanas hasta darlo todo, como él hizo. 
Jesús es el único camino al Padre, donde todo se reconcilia en la unidad perfecta de la total y universal fraternidad («Yo soy el camino, la verdad y la vida»). Porque esa fraternidad universal –el Reino- no es fruto de las armas ni los pactos, ni de la ciencia o la técnica, ni de la raza o la lengua. El camino es Jesús, manifestado en su modo de vida cuyos valores son, en último término, las notas diferentes de una única melodía o los diferentes pasos que construyen ese camino: la fe, la confianza, el servicio, el perdón, la gratuidad, la ternura, la compasión, la entrega, la no violencia, la solidaridad… En el hacer ese camino («hará las obras que yo hago, y aun mayores») nos vamos encontrando con Él, caminantes y constructores de justicia, de paz y de unidad. Jesús es el Camino de nuestros caminos. Es el camino de nuestra humanización, lo que da sentido a nuestras vidas.


Os dejo estas reflexiones sobre el evangelio, del P. Javier Castillo Rodríguez, S.J.


"Vivir con sentido, ser feliz, realizarse plenamente como persona, ayudar a gestar la creación de una sociedad inclusiva, construir un mundo en armonía con la creación, ser artesanos de paz y reconciliación son, entre otros, los sueños que ha albergado la humanidad en su larga historia. Desafortunadamente, esos sueños se han visto truncados por la obsesión que algunos tenemos de buscarnos a nosotros mismos y de anteponer nuestro propio beneficio al del conjunto de la humanidad. Los resultados del quiebro de los sueños y del secuestro de la utopía son nefastos.

Ante el quiebro de los sueños y los nobles ideales de la humanidad podemos tener dos actitudes: sentarnos a llorar anhelando los tiempos pretéritos o sumarnos al grupo de personas que, con audacia y creatividad, buscan salidas para revertir la historia y volver a soñar un mundo nuevo construido a la manera de Jesús.

Como discípulos de Jesús de Nazaret, nos sumamos al grupo de buscadores de caminos aportando la sabiduría y el proyecto del Maestro. Siguiendo el texto del evangelio podemos seña­lar tres aportaciones: 

1. El camino humanizador. No hay nin­guna realidad humana que quede fuera del proyecto de Dios. Cuando los cristianos aportamos el camino de Jesús a la tarea de recons­truir los sueños de la humanidad, estamos aportando un cambio de mirada que permita volver a poner al hombre en el centro de toda la actividad en el mundo. Vivir con sentido y desde un horizonte de felicidad es imposible si se anteponen los logros económicos y tecnológicos al desa­rrollo de la vida digna para todas y todos. ¿De qué nos sirve, por ejemplo, alcanzar la estrella más recóndita del universo o desarrollar el software más sofisticado del planeta si todo esto no está orientado a garantizar las condiciones de posibilidad de una vida mejor para todos los habitantes de la tierra? No niego el valor de la tecnología, la economía, la ciencia, la política o la cultura, simplemente reclamo que, en sus búsquedas, el ser humano vuelva a ser su centro.

2. La búsqueda de la verdad. Contem­plando a Jesús podemos encontrar nuestra verdad y nuestra vocación de seres huma­nos: 
• Llamados a ser auténticos, a ser nosotros mismos y a reconocer nuestras potencialidades y fragilidades. 
• Llamados a recorrer los senderos de la historia con otros pues reconocemos que el relato de los demás es un requisito indispensable para definir nuestra propia identidad. 
• Llamados a trascender y a comprender que nuestros sueños no pueden ser acotados por el tiempo y el espacio porque éstos hunden sus raíces en el Dios de la Vida y de la Historia.
 • Llamados a asumir nuestra responsabilidad con las generaciones que no han nacido, cui­damos, defendemos y protegemos la Casa Común. 

3. El sentido de la vida. Nuestra aporta­ción al mundo es una apuesta radical por la vida, aunque nos cueste la vida. Desde Jesús, entendemos que la vida cobra su auténtico sentido cuando se entrega y se comparte para que todos tengan vida en abundancia. El sí definitivo de Dios es el triunfo de la vida sobre los mer­cenarios de la muerte y la destrucción. Toda vida es sagrada y ha de ser respetada y cuidada des­de su origen hasta su final natural. No hay vidas de primera y segunda para los amigos de Dios."
P. Javier Castillo Rodríguez, S.J.