Nuestra llamada como cristianos, consiste en llevar a la práctica de cada día ese amor con el que Dios nos amó en Jesús y que nos transformó en “pueblo elegido y nación consagrada”. Para llegar a nuestra meta, el evangelio de hoy nos muestra el camino: el mismo Jesús que dice de sí mismo que es “el Camino, la Verdad y la Vida”. A los apóstoles les costó comprender que mucho más importante que aprender unas verdades era seguir a Jesús. Les costó comprender que no se trataba de aprender teología sino de encontrarse con Jesús y dejarle que fuese el guía que les llevase hasta el Reino del Padre. No había más camino que seguir sus huellas. Hoy nos tenemos que decir lo mismo: ser cristiano es seguir las huellas de Jesús, comportarnos como él lo haría, amar a nuestros hermanos y hermanas hasta darlo todo, como él hizo.
Jesús es el único camino al Padre, donde todo se reconcilia en la unidad perfecta de la total y universal fraternidad («Yo soy el camino, la verdad y la vida»). Porque esa fraternidad universal –el Reino- no es fruto de las armas ni los pactos, ni de la ciencia o la técnica, ni de la raza o la lengua. El camino es Jesús, manifestado en su modo de vida cuyos valores son, en último término, las notas diferentes de una única melodía o los diferentes pasos que construyen ese camino: la fe, la confianza, el servicio, el perdón, la gratuidad, la ternura, la compasión, la entrega, la no violencia, la solidaridad… En el hacer ese camino («hará las obras que yo hago, y aun mayores») nos vamos encontrando con Él, caminantes y constructores de justicia, de paz y de unidad. Jesús es el Camino de nuestros caminos. Es el camino de nuestra humanización, lo que da sentido a nuestras vidas.
Os dejo estas reflexiones sobre el evangelio, del P. Javier Castillo Rodríguez, S.J.
"Vivir con sentido, ser feliz, realizarse plenamente como persona, ayudar a gestar la creación de una sociedad inclusiva, construir un mundo en armonía con la creación, ser artesanos de paz y reconciliación son, entre otros, los sueños que ha albergado la humanidad en su larga historia. Desafortunadamente, esos sueños se han visto truncados por la obsesión que algunos tenemos de buscarnos a nosotros mismos y de anteponer nuestro propio beneficio al del conjunto de la humanidad. Los resultados del quiebro de los sueños y del secuestro de la utopía son nefastos.
Ante el quiebro de los sueños y los nobles ideales de la humanidad podemos tener dos actitudes: sentarnos a llorar anhelando los tiempos pretéritos o sumarnos al grupo de personas que, con audacia y creatividad, buscan salidas para revertir la historia y volver a soñar un mundo nuevo construido a la manera de Jesús.
Como discípulos de Jesús de Nazaret, nos sumamos al grupo de buscadores de caminos aportando la sabiduría y el proyecto del Maestro. Siguiendo el texto del evangelio podemos señalar tres aportaciones:
1. El camino humanizador. No hay ninguna realidad humana que quede fuera del proyecto de Dios. Cuando los cristianos aportamos el camino de Jesús a la tarea de reconstruir los sueños de la humanidad, estamos aportando un cambio de mirada que permita volver a poner al hombre en el centro de toda la actividad en el mundo. Vivir con sentido y desde un horizonte de felicidad es imposible si se anteponen los logros económicos y tecnológicos al desarrollo de la vida digna para todas y todos. ¿De qué nos sirve, por ejemplo, alcanzar la estrella más recóndita del universo o desarrollar el software más sofisticado del planeta si todo esto no está orientado a garantizar las condiciones de posibilidad de una vida mejor para todos los habitantes de la tierra? No niego el valor de la tecnología, la economía, la ciencia, la política o la cultura, simplemente reclamo que, en sus búsquedas, el ser humano vuelva a ser su centro.
2. La búsqueda de la verdad. Contemplando a Jesús podemos encontrar nuestra verdad y nuestra vocación de seres humanos:
• Llamados a ser auténticos, a ser nosotros mismos y a reconocer nuestras potencialidades y fragilidades.
• Llamados a recorrer los senderos de la historia con otros pues reconocemos que el relato de los demás es un requisito indispensable para definir nuestra propia identidad.
• Llamados a trascender y a comprender que nuestros sueños no pueden ser acotados por el tiempo y el espacio porque éstos hunden sus raíces en el Dios de la Vida y de la Historia.
• Llamados a asumir nuestra responsabilidad con las generaciones que no han nacido, cuidamos, defendemos y protegemos la Casa Común.
3. El sentido de la vida. Nuestra aportación al mundo es una apuesta radical por la vida, aunque nos cueste la vida. Desde Jesús, entendemos que la vida cobra su auténtico sentido cuando se entrega y se comparte para que todos tengan vida en abundancia. El sí definitivo de Dios es el triunfo de la vida sobre los mercenarios de la muerte y la destrucción. Toda vida es sagrada y ha de ser respetada y cuidada desde su origen hasta su final natural. No hay vidas de primera y segunda para los amigos de Dios."
P. Javier Castillo Rodríguez, S.J.