«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos», dice Jesús. Aunque lo diga en plural, el único mandamiento es el amor, pero es plural en sus manifestaciones (como vimos el domingo pasado). Ese amor “realizado” es expansivo, como hemos escuchado en la primera lectura, como fruto de la acción de Felipe: «la ciudad se llenó de alegría». Pero es necesario aceptar ese amor, reconociéndolo en Jesús por sus testigos: «el mundo no lo ve ni lo conoce». Cuando se reconoce, el mundo se llena de alegría porque, en última instancia, es lo que el mundo querría vivir, aunque no lo reconoce. La comunidad cristiana reconoce ese amo en el encuentro con Jesús («yo también lo amaré»), y vive la alegría del Espíritu («me revelaré a él»), porque Jesús “sigue viviendo” y estamos íntimamente unidos a él y al Padre por el Espíritu que nos habita. El Padre, Jesús, el espíritu y nosotros, somos uno. Por eso, la comunidad se expresa en un escenario siempre de fiesta.
Os dejo esta reflexión del P. Javier Castillo Rodríguez, s.j.
"Permitidme ilustrar la reflexión sobre este evangelio con una experiencia personal que, seguramente, muchos de vosotros habéis vivido de manera análoga. Hace 17 años mi superior me pidió salir de mi país para venir a España a estudiar. Agradecí, acepté y asumí el coste de esta oportunidad. El coste más elevado era separarme de mi familia pues la distancia me impediría verla con la frecuencia que querría. La ausencia de mi madre y de mi tía, que son los pilares de mi vida, no era fácil de llevar. Sin embargo, y aquí está la analogía con el Evangelio, se ha suscitado una nueva forma de presencia, no determinada ni por el espacio ni por el tiempo, que hace que ellas estén siempre presentes, que no me sienta huérfano y, mucho menos, abandonado. La complicidad del espíritu, la permanente presencia de sus enseñanzas y de sus intuiciones hace que, a pesar de la distancia, las sienta siempre conmigo.
Los discípulos de Jesús se sienten apesadumbrados por la inminente partida del Maestro, el futuro se presenta sombrío pues su voz y su presencia dejarán de ser visibles y audibles. ¿Cómo afrontar la vida de la comunidad sin Él? ¿El proyecto del Reino quedará frustrado por su ausencia? ¿Se cumplirá la profecía de que las ovejas se dispersarán cuando se hiera al pastor? Estos sentimientos, sin lugar a duda comprensibles, son apaciguados por el anuncio del envío de otro defensor, del Paráclito que les enseñará la verdad y por medio del cual Jesús cumplirá su promesa de no dejarlos solos.
Jesús, hoy como ayer, vive y está en la comunidad a través de su Espíritu:
Como aliento para la esperanza…
Como la luz que disipa nuestras dudas y nos aclara el camino que estamos llamados a recorrer para llevar a buen término la misión que se nos ha encomendado...
Como fuerza que nos levanta en los momentos de dificultad o cuando las adversidades de la vida hacen que flaquee nuestra ilusión y se desmoronen nuestras utopías…
Como aire que nos mueve a un mayor compromiso con la causa del Reino, a optar sin miedo por los valores del Evangelio, aunque éstos sean entendidos como una fuerza contracultural…
Como fuego que nos hace arder de un entusiasmo renovado por hacer presente, a tiempo y a destiempo, el modelo de humanidad y de sociedad del Evangelio…
Como lazo de amor que nos hace salir de nuestro propio amor, querer e interés para construir un “nosotros”, una comunidad que sea signo de que hoy es posible ser y estar en el mundo viviendo relaciones de igualdad, fraternidad, comensalía, solidaridad y libertad…
La lista de características de la nueva presencia de Jesús a través de su Espíritu seguro que es más amplia y cada uno de vosotros, desde vuestra propia experiencia de encuentro y relación con Él, podrá agregar unas cuantas.
Una llamada final para los navegantes de la historia: es importante, como vía segura para percibir, vibrar y dejarnos tocar por esta nueva presencia de Jesús, abrir la mirada y la mente; no permitir que se encasille el Espíritu y dejarlo fluir con sus nuevos lenguajes y sus nuevas expresiones de manera que, a diferencia del “mundo”, que no lo vio y no lo conoció, podamos ser testigos de aquél que no nos dejó huérfanos y sigue siendo la razón de nuestra vida."
P. Javier Castillo Rodríguez, S.J.