DOMINGO DE LA ASCENSIÓN
1.- La Ascensión de Jesús al cielo es el momento último de su estancia en la tierra, de su presencia física entre los hombres., esta estancia de Jesús entre nosotros, la vida de Jesús en la tierra, como Verbo encarnado del Padre, es un acontecimiento muy importante. Porque sin esta estancia física de Jesús en la tierra el cristianismo no hubiera sido posible. Dios miró con ternura al mundo y vio que los seres humanos necesitaban de Él para poder salir de sus tinieblas, recuperar la dignidad que Él nos dio, y enseñarnos el camino para alcanzar esa felicidad que el ser humano anhela.
Y por eso decidió encarnarse entre nosotros, bajarse a nuestra condición, para comprendernos, estar cerca de nosotros y enseñarnos el camino. Jesús es la imagen de Dios, la encarnación de Dios. Jesús es el camino, la verdad y la vida, para que los hombres sepamos cómo llegar a nuestro Padre Dios, mientras vivimos en este mundo, y esto es posible porque vivió físicamente, en forma plenamente humana, entre nosotros. Hoy, celebramos el fin de esta misión cumplida que Dios se dio al encarnarse entre nosotros.
2.- Pero al celebrar esta fiesta de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, recordarnos que Dios «no nos ha dejado plantados, sino bendecidos y enviados», enraizados en la fuerza y vida del Espíritu Santo en el que hemos sido bautizados. En la Ascensión de Jesús al cielo celebramos también el momento en el que Jesús nos dice que ahora comienza nuestro tiempo de vivir el cristianismo sin la presencia física de Jesús entre nosotros. A partir de ahora ya no podemos caminar religiosamente, plantados en la tierra y mirando al cielo. ¿Es que Jesús nos ha dejado huérfanos? No, a partir de ahora los cristianos tendremos que caminar religiosamente dirigidos por la presencia espiritual de Cristo entre nosotros, dirigidos por el Espíritu de Cristo.
El próximo domingo celebramos Pentecostés, y la Iglesia cristiana no puede celebrar estas dos fiestas como algo separado; a la presencia física de Cristo en la tierra viene, inmediatamente y sin interrupción alguna de tiempo, la presencia espiritual de Cristo en nosotros y entre nosotros.
3.- El evangelio de Mateo que hemos leído, termina con estas palabras: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolos a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. A partir de ahora debemos ser nosotros, la Iglesia de Cristo, los que debemos anunciar y proclamar el evangelio de Cristo, dirigidos siempre por su Espíritu. La Iglesia de Cristo, nosotros los cristianos, somos la presencia viva de Cristo en el mundo, los encargados de llevar la Buena Noticia de Cristo.
Cristo pone en nuestras manos la tarea de continuar lo que el Padre comenzó por amor a los hombres; nos envía y nos da la misión a nosotros, a la comunidad, que es donde ahora se realiza la fuerza del que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y lo ha sentado a su derecha; y se realiza en el testimonio que damos de esa amor de Dios, de la Buena Noticia de la salvación.
Nuestra misión es la de ser portadores de una noticia celestial que nos supera y llevamos en vasijas de barro –en medio de nuestras debilidades y pecados–, pero que se hace clara y notoria en el quehacer de una Iglesia que se muestra compasiva y que busca sanar las heridas del mundo, de los hombres, que tiene fuerza para perdonar, es decir, para anteponer la misericordia a cualquier otra consideración; una Iglesia que ha de ayudar a levantar a los caídos y crucificados de nuestro mundo, que tiene que dar ánimos y no ser portadora de negatividades o malos augurios; una Iglesia que ha de llevar y dar esperanza a este mundo en el que vivimos hoy; un mundo necesitado de Dios, necesitado de esperanza, necesitado de ilusión, de vida verdadera.
4.- Hoy, nosotros, los cristianos, la Iglesia, debemos sentirnos alegres por esta misión que Dios pone en nuestras manos, por este envío tan privilegiado que nos hace Dios Padre, Hijo y Espíritu, y hoy, debemos vivir la certeza de que Él "está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo". Que la Encarnación es un gesto de Dios irreversible. Está, pero de otro modo.
La Eucaristía es celebración de esta presencia del resucitado y de la Ascensión. Se nos ha dado el poder de Cristo glorioso, su cuerpo y sangre, para salir de nosotros mismos y, tocados por su Espíritu, adentrarnos en el corazón del mundo. Hemos sido bautizados en el amor trinitario, pidamos, pues, ir sin miedo por todo el mundo, anunciando, transformando, haciendo nuevas las cosas, desde el amor creador del Padre, al modo de Cristo, guiados por su Espíritu.