DOMINGO 13TO -Ciclo A junio 2020
1.- En el Evangelio de Mateo que hemos escuchado hoy se nos pide un esfuerzo de preferencia hacía Él que supere la línea normal de nuestros afectos hacia padres, hijos, hermanos… Si el Señor nos eligió y nos llamó por nuestro nombre es más que probable que en cada frase del Evangelio, y en el general en toda la Escritura, encontremos un mensaje especial y específico para cada uno de nosotros.
Cuando el evangelista pone en labios de Jesús la expresión "el que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí" nos puede dejar desconcertados. Puede que exclamemos como dicen hoy los chicos ¡qué fuerte! Quizá pensemos que Jesús no quiere acogernos, que es demasiado exigente o tal vez ignora nuestra realidad pecadora. Nada de eso... Jesús sabía muy bien a quién estaba hablando y lo que quería decir. Estas palabras desconcertantes muestran la radicalidad del seguimiento de Jesús. No vale quedarse a medio camino. Si decidimos seguirle, debe ser con todas las consecuencias. La persona de Cristo debe ser para el cristiano el centro y el valor absoluto de su vida. Lo demás debe quedar en segundo plano. Y esto no quiere decir que no amemos o no nos preocupemos de nuestra familia, sino que sepamos priorizar. Estoy seguro de que el que ama a Jesucristo con todo su ser demuestra también su amor a los demás, comenzando por los suyos.
Siempre se ha interpretado, estas palabras que hemos escuchado en el evangelio, como una llamada a la consagración total, a hacerse curas o monjas, religiosos. Y ante esto dejar una familia y, por supuesto, no constituir una nueva. O, incluso, que la preferencia se aplicase a quien ya se ha casado y tiene hijos, o al hermano que cuida de los más pequeños o cosas por el estilo. Pero la novedad está en que esta frase, Jesús de Nazaret nos la dice –a ti y a mí—ahora mismo en este instante, seamos curas o monjas o no, estemos casados o no, tengamos familia o no. Nos la dice a cada uno de nosotros.
2.- La pregunta es ¿qué estamos dispuestos a hacer por Cristo? ¿a quién amamos? Y el amor se demuestra con los hechos. Si estamos dispuestos a perder la vida por alguien, entonces sí que demostramos amor por él. Por Jesucristo. Curiosamente, el que pierde, encuentra. Consigue una vida mucho más plena. Pero amar a Jesús es amar a los hermanos. Y el amor a Dios se muestra entregándose por el prójimo, especialmente el más necesitado. El que recibe a alguien en su casa, el que da un vaso de agua al sediento, acoge al que está solo, el que "pierde su tiempo" por los demás,… ese no quedará sin recompensa. Este es el regalo que obtuvo la mujer de Sunem cuando demostró su hospitalidad con el profeta Eliseo.
Amar a Jesús es “que cada uno tome su cruz y me siga”. Tomar cada uno su cruz es asumir la que cada uno lleva. No hace falta crearse otras cruces, basta con saber llevar la que uno tiene: la cruz de tu timidez, la cruz de tus dolencias, la cruz de tu fracaso, la cruz de tu cansancio, la cruz de tu ceguera, la cruz de tus defectos, la de cuidar y sacar adelante la familia día a día; nuestra cruz puede estar en trabajar correctamente, en mejorar el entorno de los demás, en luchar contra todo pronóstico para conseguir la paz y la libertad, nuestras y de nuestros hermanos.... etc.
No se trata, por tanto, de resignarse, sino que se trata de llevarla con entereza y siendo solidario con el hermano, con el que está a tu lado. Una vez que hayamos asumido cada uno nuestra cruz, estamos en condiciones de ayudar a los demás a llevar la suya. La cruz no es signo de muerte, es signo de amor y de vida. De la cruz de Jesucristo surgió la vida para todos, el triunfo definitivo sobre la muerte. Llevar la propia cruz y ayudar a llevarla al hermano es un signo de amor, y amar es dar vida. Vivimos con Cristo y de la vida que de él nos viene, nos recuerda la Carta a los Romanos. Los que se incorporan a la muerte de Cristo por el bautismo participan también de la nueva vida que se manifiesta en la resurrección de Cristo.
Pidamos hoy que estemos muy atentos a la voz alegre del Señor que se nos revela, a cada uno de nosotros, en las Sagradas Escrituras, en el evangelio, y en las circunstancias y situaciones que vivimos en cada momento. Pidamos esa fortaleza que nos da Cristo resucitado, para escuchar su llamada a seguirle cada uno desde la aceptación de sus cruces particulares; pidamos saber llevar cada uno nuestra cruz de cada día, al tiempo que, llevamos un poco de las cruces de los otros.