
2.- Hoy, el día de Pentecostés, se rememora ese momento en que se inicia la gran singladura de conducir a todos los hombres a la plenitud de la vida, hacia el Reino de Dios, de actualizar en cada uno la gracia de la Redención. En efecto, con su venida, los apóstoles recuperan las fuerzas perdidas, renuevan la ilusión y el entusiasmo, aumentan el valor y el coraje para dar testimonio ante todo el mundo de su fe en Cristo Jesús. Hasta ese momento siguen con las puertas atrancadas por miedo. Desde que el Espíritu descendió sobre ellos las puertas quedaron abiertas, cayó la mordaza del miedo y del respeto humano. Ante toda Jerusalén primero, proclamaron, que Jesús había muerto por la salvación de todos, y también que había resucitado y había sido glorificado, y que sólo en él estaba la verdadera felicidad, la esperanza y la plenitud del mundo entero. Ese fue el arranque de la misión; misión de la Iglesia, misión de todos y cada uno de sus miembros. El Espíritu no deja de latir, la fuerza de su viento sigue empujando a todos y cada uno de los creyentes. Y, por una parte, por la efusión y la potencia del Espíritu Santo, los pecados nos son perdonados en el Bautismo y en el Sacramento de la Reconciliación; y por otra parte, el Espíritu nos ilumina, nos consuela, nos transforma, nos lanza al mundo, y no para condenarlo, sino para quererlo y amarlo y transformarlo. Juntos, en comunidad y con la fuerza del Espíritu, podemos hacer realidad y mostrar a todos el amor, la misericordia, la comunión entre todos los hombres. El Espíritu nos hace hablar un lenguaje que todos entienden, el lenguaje del amor.
3.- El Espíritu actúa en todos, aunque cada uno reciba un don y una función. Porque todo somos miembros del cuerpo de Cristo y todos hemos recibido la misma dignidad por el Bautismo. “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu”, hemos escuchado en la carta a los Corintios. Y lo importante ahora, es que cada uno de nosotros, desde nuestra realidad personal, pongamos Espíritu en todo lo que pensamos, hacemos y decimos. No siempre nos va a resultar fácil, pero es necesario que lo intentemos cada día. Jesús de Nazaret vivió siempre habitado plenamente por el Espíritu Santo y este mismo Espíritu es el que quiere llenar ahora nuestro pobre y muy limitado corazón. Dejémonos llenar por el Espíritu del Resucitado y pongamos todo lo que somos y tenemos al servicio del Espíritu, para que, en cada uno de nosotros, el Espíritu de Jesús se manifieste para el bien común. Si estamos llenos del Espíritu de Jesús seremos personas fuertes, en medio de nuestra debilidad, y repartiremos paz, amor y perdón en un mundo en el que hay demasiados egoísmos, demasiadas amenazas que paralizan la dignidad y la esperanza del ser humano.
4.- El Espíritu Santo mantiene la actividad de la Iglesia y nuestro propio esfuerzo de santificación o de evangelización. La respuesta al salmo es también portadora de esperanza: "Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra". Esto es lo que tenemos que pedir continuamente. Pedimos al Espíritu que nos anime a llevar nosotros la presencia de Dios, el amor de Dios, a todo el mundo, a través de nuestro compromiso de vida, que es testimonio de nuestra fe en Cristo; a llevar ese testimonio con entusiasmo. Que en este día de Pentecostés, y siempre, el Espíritu exhale su aliento sobre cada uno de nosotros y nos diga: ¡RECIBID EL ESPÍRITU SANTO!. Que llenos de este Espíritu de Jesús seamos personas fuertes, en medio de nuestra debilidad, y repartamos paz, amor y perdón al mundo.